Ganas

Tengo tantas ganas de hablar contigo...

Tengo ganas de sentarme un dia en un banco cualquiera de un parque y ver a tu lado cómo se pasa el tiempo. Tengo ganas de que aparezcas en todas las fotos que corolen mi album y tengo ganas de que reines en todos mis recuerdos, pasados, presentes y futuros.

Tengo ganas de dormir y de despertar cada dia contigo. Tengo ganas de aprender a entonar canciones de amor y cantartelas al oido cualquier día, en un lugar cualquiera. Tengo ganas de amarte cada año, y cada mes, y cada dia de cuantos me quedan por vivir.

Tengo ganas de escribir un poema en el suelo y de escribir tu nombre en una pared, dentro de un corazón, como cuando éramos niños. Tengo ganas de inventar un juego que lleve tu nombre y jugarlo siempre que esté aburrida. Tengo ganas de vivir dentro de tu camiseta y de tus pantalones y de tus zapatos y ahogarme ahí dentro, pegada a ti.

Tengo ganas de beber de tí cuando mi cuerpo tenga sed y comer de tí cuando tenga hambre. Tengo ganas de que tus suspiros, cuando estés dormido, exhausto, sean la única frecuencia que puedan oir mis oidos y que tu voz sea como la canción que nunca consigues arrancar de tu cabeza. Tengo ganas de convertirme en un botón de tu camisa para que me lleves siempre contigo.

Tengo ganas de que cualquier paisaje sea un purgatorio cuando no puedas verlo tú, y que cualquier película sea sólo un fondo negro cuando tú no estés. Tengo ganas de escribir libros donde las cuatro letras de tu nombre sean suficientes para escribir toda mi historia. Tengo ganas de aprender a pintar para inventarme un color que se parezca a tí.

Tengo ganas, tengo tantas ganas...

Amén


Una nube pasa
Cae en la punta de la espiral
Me resbalo fuera

******

Te extraño
Eres como un lápida sin nombre
Abandono





Mi palabra sobre Tu cuerpo


Te contaré una historia que ocurrió en un lugar muy, muy lejano. La historia de una joven y el cuento que nunca quiso ser acabado.

Todo empieza en un reino apartado donde vivía un rey con su reina. El rey era un joven vivaz y alegre. La reina era sibilina y turbia en sus pensamientos.

Un día el rey, rodeado de sus súbditos más leales, ordenó escribir un cuento donde se narraran sus aventuras y desventuras y sus más grandes hazañas, pues el joven rey era conocido entre los reinos colindantes por su valentía y la consecución de sus buenas acciones. Los súbditos se miraron sorprendidos, pues ninguno había sido dotado con semejante don de palabra. Ante tal hecho, el rey señaló al azar a una de las cabezas que se apilaban alrededor de su trono, y del extremo de su dedo se alzó una joven cuyo rostro nunca antes había visto. Desde ese momento, Nixlace, la germinada, fue nombrada la escriba del rey.

Los aposentos de la joven fueron llevados al otro extremo de palacio, pues del nuevo proyecto nada debía saberse hasta ser terminado. Nadie debía conocer su contenido, mucho menos la reina.

De día, Nixlace construía por mandato real historias de la construcción del reino, el enlace real, las victorias del monarca, las derrotas,… De noche comenzó a crear otro mundo sin reyes ni reinas, lleno de hadas, princesas y sapos trasformados en príncipes con sueños y esperanzas.

Un día el rey empezó a enfermar, y ante la salida del reino de la monarca sin mayor noticia, Nixlace decidió ayudar a su rey. -Venga esta noche a mis aposentos que yo le mostraré la cura a sus males-. Aunque bien pudieses pensar otros sucesos, Nixlace aquella noche sentó a su rey sobre la alfombra y le mostró el mundo que había creado para él: le enseñó las fantasías, las irrealidades, las melodías y los olores del sueño, los recuerdos de la infancia, los deseos de futuro escondidos, y él, fascinado, decidió quedarse en él. – Desde este día te llamarás Aura, la que un día será amada, y esto será algún día nuestro reino forjado en felicidad-. La joven, que ni decir cabe el inmenso amor que profesaba a su rey, juró proteger los muros de su nuevo mundo y la promesa que algún día se haría palpable.

De día, Aura construía la historia de su rey y una reina. De noche engrandecía las nuevas paredes y daba rienda suelta a todos sus anhelos: la palabra más alta sería el susurro, el golpe más fuerte serían sus caricias y el menor contacto serían sus besos.

Cada noche, su Alteza acudía a la alcoba de la joven Aura en busca de un bocado de sus sueños, de un remanso de la tranquilidad que su voz proyectaba en cada palabra. Cuando se quedó sin pergaminos usó su piel, y el rey comenzó a escribir sobre ella.

Un día la reina volvió, y trajo con ella las tormentas. Todo se sumió en una espesura irreal y devastadora y las letras sobre el cuerpo de Aura, imborrables, comenzaron a arder. La lluvia arrasó los campos y sólo quedó oscuridad.

El rey anduvo perdido y deambuló por las ruinas que quedaron tras de sí. Tras mucho caminar, más viejo y más cansado, encontró a algunos de sus leales súbditos y, haciendo gala de la valentía que un día enarboló, comenzó a reconstruir su reino. Al pasar junto a la alcoba no recordó lo allí ocurrido, cuando se descubrió en sus sueños, y ni el rostro ni la voz de la joven resultaron familiares.

Hay quien piensa que la pena la hizo huir muy lejos pero cuenta la leyenda que aún se oye el ruido que hacen los muros cuando se alzan de nuevo, y que la luz se intuye entre las rendijas. Altas torres vuelven a culminar las recias murallas y el olor a hierba fresca embarga el nuevo día.

En el aposento más apartado un fuego de chimenea sigue encendido, vivo de calor. En el suelo aún corre la tinta y pergaminos abiertos llenos de sueños, y sobre la piel de Aura, aún joven, se guarda el hueco para culminar la historia.

Dentro y fuera del reino un viento incansable trae una y otra vez, y para siempre, la voz de una joven que repite:- ¿Abrirás la puerta cuando venga a llamarte por segunda vez en esta vida?..

El fin de la espiral

Hay instantes que logran quebrar las ilusiones de toda una vida. Quizá la capacidad de amar y ser amado tengan también fecha de caducidad.


Donde duermen los durmientes

Ennegrecidos de pura suerte
quisieran los destierros del destierro ser pasos
de las huellas que dejan los malditos sobre las sienes,
ser canto de la moneda que compra los prados inmaculados
por una noche triste de una noche
y la senda que levantan.
Ríos de un vaso con agua traído con ambas manos.
Nubes que cubrir para un escalofrío óptico.
Hierbas sobre piedras, pájaros sobre pájaros en sombra,
sobre una atalaya humana
y la senda que levantan.
Polvo sobre hojas, que no falsa brisa dentro de la fosa.
Trabas, que no risas dentro de la fosa.
No vidas dentro de la fosa.
En la fosa,
por la senda que levantan.

Vuelo nocturno



La corriente renovada en su mismo seno.
Como si una extinción creciente la perpetuara
con la inercia del dolor o las mareas.
Ya regresa, oscuro de algas
al turbio semillero.
La escollera le acoge.
Recoge para su ser
el centro del hueso,
toda grieta y semilla
a salvo de fruta y fuego.
Enigmático este veneno
copioso en espumas.
Decanta la huella
para la declinación
o el pigmento de los sueños.
Como de púrpura simulada,
del mar
se alzan hoy estos ahogados.

En los inhóspitos afluentes del alma

Esa mañana contempló con desolación que la primera cana blanca había aparecido en su cabello.
Y que sus manos, alzadas para escrutar el fatídico hallazgo, estaban plagadas de arrugas.
El grito lanzado no era de su voz, sino de anciano.


Anduvo con dificultad para salir del baño, ya casi encorvado sobre sus huesos.
Y se sentó en un sillón, con los ojos entornados, como hacen los abuelos cuando van a morir.

El tiempo pierde su apariencia de Tiempo.

Porque cuando estás cansado no puedes hacer sino dormir...

Infancia

Dicen que es la mejor época de la vida. Y la mía no fue menos. Los años justo antes de crecer fueron, sin duda, los mejores años.

La inocencia, oh, la anhelada inocencia. La escuela, los juegos en la calle que casi siempre acababan en caídas, lágrimas, y los gritos de mamá que, siempre vigilante desde la ventana decían, “es que te lo advertí”. No tenía muchas amigas porque el sello masculino reinaba en mi barrio y yo pronto me convertí en el más despiadado de todos ellos. Tenía carácter, sí señor. Yo era la que probaba las nuevas rutas, la que inventaba nuevos juegos o decidía si se jugaba a “marcas” o a la “botella”, y todo sin levantar más de un palmo del suelo. Era muy menudilla, muy pequeña y, a pesar de las compañías que no parecían preocupar mucho a nadie, tenía el carácter dulce como el almíbar. ¡Cuánto me hubiese gustado conservar las risas de aquellos días!

Todo cambió pronto, todo se truncó. A veces me da por pensar cómo hubiese sido mi vida de no haber existido aquel día en que dejó de ocupar su lado de la cama y dejó de prestarme su mejilla para que yo la besara antes de dormir. Pero, ¿de qué sirve? Eso nunca lo sabré, tampoco cambiaría las cosas.

Ahí termina la niñez y empiezo yo. Dicen por ahí que ese es el germen de mis problemas, que nunca he llegado a asumir aquello y que el sentimiento de pérdida me ha definido. ¿Acaso dudarlo? Me convertí en alguien segura, fuerte, autosuficiente pero no independiente emocionalmente, con valores, determinante. En una luchadora. En la que siempre pelea hasta quedar exhausta.

El germen no reside en que mi madre muriera
El germen fue el Amor. Maldito, maldito amor.

No tenía muchos conocimientos del mundo cuando aparecía por primera vez en mi vida. Pero estaba tan ávida por vivir que me tiró, de esa manera, de bruces. A aquel primero, un duende de cuento, debería odiarle por muchas cosas y amarle para siempre por todo lo que me hizo aprender. Me enseñó el sabor de la entrega, de la pasión humana y por la Literatura, gracias a la cual mis letras fluyen hoy con tanta gracia. Me enseñó el sabor de las lágrimas que salen del pecho, las cosquillas del estómago y de mi cuello, las sonrisas de par en par, diferentes a las que salían de niña, me enseñó el dulce-amargo de los cuerpos desnudos. Me enseñó a acercarme a ser mujer.

Pequeño, pequeño mío, el niño-hombre de mis sueños me trajo aires renovados al deterioro mental y físico causados por el ciclón pasional. Rescatada de mis propias garras, supe por primera vez en la vida qué era sentirse amada. Qué significaba el brillo en los ojos del que te mira frente a ti, el sentimiento de paz cuando agarraba fuertemente mi mano o me acariciaba dulcemente la cara y me retiraba el pelo tras las orejas. El fuego de los besos dados con el alma, el dulce sin amargo de la unión de dos cuerpos. Pero también él se fundió como la lava en el centro del volcán. Mi persecución de la felicidad completa me obligó a dar un nuevo giro de muñeca y llevarme de nuevo al borde de la desesperación.

Nunca pensé que aquel condenado me azotara con tanta fuerza, tan violentamente. Él, mi dulce Él sin su Ella, llegaba calladamente.

La vida me confirmaba que lo mío no eran los amores a primera vista. Pienso por mi patológica necesidad emocional más allá de la envoltura. El tacto de un erizo es igualmente cálido cuando se ama. Y a él lo amaba más allá de cualquier cosa.

No siempre fue así. No siempre le quise de la misma manera, y aunque Él también me quiso, nunca conseguimos que sus pasos y los míos deambularan por la misma senda. Y por qué, me pregunto. Porque harto difícil resulta que un amor titánico pueda luchar con otro amor titánico pero del otro lado. Ahora conozco el significado de las grandes tragedias griegas, de los grandes amores de la Historia de los tiempos. Cuando todo el Amor del mundo no hará que las cosas cambien.

De Él también aprendí muchas cosas. Me mostró el valor del cortejo, me instaló en cada fibra de este torpe cuerpo como se siente una mujer cuando es deseada, la plenitud de la compenetración a todos los niveles, el gusto por la buena conversación, el sentido del humor en su grado máximo. La grandeza de espíritu, el tamaño de un corazón grande. Me condujo y me guió por el camino hacia el Hogar donde todo el mundo anhela descansar. Me trajo la irracionalidad de los celos y la desconfianza una tras otra vez recobrada. Me enseñó varas de un amplio abanico, todavía desconocido.

Fusioné con ese hombre, con ese que había estado buscando desde antes de saberlo, todo lo que había dentro de mí. La fuerza, la confianza en una misma, la entrega, los temores, la pasión ilimitada, el cariño y la ternura exacerbados, la lucha. La lucha… La lucha.

Quise luchar tanto que todo el Amor del mundo me estalló, como una mina, en la cara. El espectro de aquella famosa ópera, con su rostro también marchito, no consiguió que el amor que la joven sentía se truncara a pesar de su lucha. Traté de convencerme de que si lograba hacerle ver lo que sentía cambiaría de opinión y vería la Luz esa al final del camino. Pero esto no es una ciencia exacta. Las cosas no funcionan así.


No puedo dejar de quererle.
No puedo dejar de suspirar.
No puedo dejar de mover mis letras dentro de mí, por Él.
No puedo dejar de esperarle una tras otra, todas las noches.


Nunca quise entender que debía cerrar los ojos…


Porque él estaba obsesionado con una mujer


Y yo, obsesionada con el Amor…